Chicho Ibañez Serrador, Maestro del Terror

Perdón por comenzar esta reseña presumiendo un poco, pero no puedo evitarlo. Narciso Ibáñez Serrador, alias “Chicho”, ha sido un personaje clave para mi educación cinéfila y para cultivar mi pasión por el cine de terror. Yo solo llegue a atrapar algún episodio de sus “Historias para no dormir” en alguna aislada reposición televisiva, pero su programa posterior, “Mis terrores favoritos” me marcó poderosamente. A veces dejamos de explicar cosas porque creemos que todo el mundo las sabe, pero lo cierto es que después de hacer una rápida encuesta a mi alrededor, descubrí con asombro que mucha gente (sólo cinco o seis años menores que yo) o no tenían una idea muy clara de quien es “Chicho” o lo asocian solamente con su labor de director del longevo programa concurso “Un, Dos, Tres”. Así que aclararé que “Mis Terrores Favoritos” fue un programa nocturno de la televisión pública de principios de los ochenta en el que el señor Ibáñez Serrador programaba y presentaba (al mas puro estilo Hitchcockiano y saliendo sobradamente bien parado) clásicos del género. Recuerdo haber entrado en contacto con títulos tan traumatizantes como “El Otro” de Robert Mulligan o “El increíble hombre menguante” de Jack Arnold, gracias al fanatismo de “Chicho”. Más tarde pude disfrutar de su escasa, pero exquisita obra cinematográfica y, a día de hoy, guardo “¿Quién puede matar a un niño?” dentro de mi lista de “horror flics” favoritos de todos los tiempos. De hecho, siguiendo con mi manía de encuestador aficionado, creo que esta película suya cuenta en España casi con tantos infantes damnificados tras su visionado como “La Matanza de Texas” o “El Exorcista”. Vale, llevo un párrafo enorme y todavía no os he hablado de “La Culpa”, su primera ficción (de terror, este señor no ha hecho otra cosa) en treinta años. Toda esta “intro” sirve para lograr que os hagáis una idea de la emoción que sentí cuando “Chicho”, me dio en mano una copia en DVD de su nueva obra. Cómo mi personaje ha tenido esa suerte es algo que sigo preguntándome…

Ya que estáis leyendo esto, supongo que tenéis un interés potente en el regreso de este grande del cine de terror, así que debéis saber que en el próximo párrafo os puedo estropear considerablemente el argumento. No voy a entrar en detalles, pero estáis avisados. La historia está ambientada en los años setenta. Una joven enfermera que es madre soltera, acepta la generosidad de la doctora de maternidad del hospital en el que trabaja y se va a vivir durante una temporada a la casa de ésta, acompañada de su pequeña hija. Su anfitriona no tarda en insinuársele a nuestra protagonista, y esta la rechaza amablemente, consciente de que por su necesidad económica no puede permitirse abandonar “la residencia” y establecerse con su hija por su cuenta. Poco después, la dueña de la casa le revela que, para ganarse un sobresueldo, practica abortos clandestinos. A pesar de los dilemas morales y del peso de su educación religiosa, la protagonista termina accediendo a colaborar en las intervenciones ilegales. Todo se complica cuando queda embarazada nuevamente de otro tipo que no tiene intención de asumir responsabilidades. La anfitriona insiste en que la mejor solución es la que ella puede efectuarle. Tras mucha reticencia, la protagonista accede. A partir de aquí, seré menos concreto. Está la niña; que asegura “jugar” con su hermanito no-nato. Fluido amniótico que aparece misteriosamente en las escaleras de la casa. Una vecina chismosa que se introduce en la casa sin avisar en los momentos más inoportunos. Una persona oculta, en estado prácticamente momificado. Y un derramamiento de sangre que no tiene que ver con las rápidas intervenciones de la doctora…

En “La Culpa” (prefiero su titulo internacional, “The Room Upstairs”) Narciso Ibáñez Serrador (nacido en Uruguay, criado en Argentina) a sus 70 años, demuestra que no ha perdido el pulso y el saber hacer. “Chicho” ha planteado una película que se desarrolla durante su primera mitad como un “melodrama siniestro” antes de entran de lleno en el terror. Y para lograrlo, hace gala de una elegancia en la planificación que lo deja a uno maravillado. Y no puedo evitar la frase hecha: muchos directores jóvenes deberían tomar nota de la sobriedad y la expresividad con la que el señor Ibáñez Serrador utiliza la cámara. Pero no todo se reduce al oficio, visión y “estilacho” intrínseco al director de “La Residencia”. Moviéndose, como decía, en el terreno del melodrama sórdido durante todo el primer acto y parte del segundo, logra hacerlo funcionar gracias a su pericia como director de actrices. El trío protagonista funciona a la perfección. Tanto Nieve de Medina, que logra alejar a su complicado personaje de la “matrona lésbica y perversa” que se podría prever; como la magnética niña Alejandra Lorenzo y, especialmente, la maravillosa protagonista, Montse Mostaza. Y es que ha sido finalmente “Chicho” quien le ha dado un personaje lucido a esta actriz que se está perfilando como una carismática y nada estereotipada “reina del grito” española: robándole planos a Silke en su breve intervención en “Tuno Negro”; desaprovechada por Alex de la Iglesia en “Crimen Ferpecto” o llevando el peso protagónico lo mejor que podía en ese engendro titulado “Ouija”.

Y además de todo esto, está el asunto de los detalles. Joder, tíos, yo AMO EL ESTRUENDO. Cuando está bien hecho, el estruendo en el cine de terror me lleva al paraíso. Gozo como un animal con secuencias pasadas de rosca de, por ejemplo, “La casa de los 1000 cadáveres” o el remake de “Las colinas tienen ojos”. De hecho, creo que esa cosa tan comentada por pseudo-directores de cine de terror que aspiran a ser Kubrick o Polanski de que es mejor sugerir que mostrar es una maldita patraña; un escudo protector para los que no saben mostrar y una coartada católica de “quiero pero no debo”. ¿Por qué digo esto? Porque sugerir no significa no mostrar. Y sugerir de manera efectiva sólo saben hacerlo unos pocos. Narciso Ibáñez Serrador es uno de ellos. Los momentos más inquietantes de “La Culpa” se sustentan en cosas tan pequeñas como una cajita de cartón, el extraño líquido que descubre la protagonista, algún leve movimiento de cámara o una sutil transición que, sencillamente, te rompe la vida. Y esto no quiere decir que ésta sea una película de terror para todos los públicos al estilo Shyamalan, no señor. Cuando toca mostrar, “Chicho” muestra, y no le tiembla el pulso. Y si ya hablamos de atmósfera perversa y de una determinación inequívoca en penetrar en temas que a todos nos perturban, “Chicho” sigue yendo a por todas. Sólo tengo un pero: el tercer acto es demasiado corto. El maestro agota la munición (y el escaso metraje) en plantear y anudar, pero el desenlace me agarró de manera demasiado súbita. Mi cabeza ya estaba excitada por la trama, me estaba imaginando ramificaciones absolutamente prometedoras.

Bueno, a pesar de mi “conexión emocional” que he confesado de primeras, he intentado ser lo más objetivo posible. Evito mencionar que ya le gustaría a más de un cineasta llegar a los setenta realizando una obra tan sólida y sin grasa como esta, porque me estaría quedando corto. Ya le gustaría a muchos que todavía ni han llegado a los cuarenta. Haced la lista vosotros.

Ramiro Garcia Bogliano