“Banderas de Nuestros Padres”: En busca de Clint Eastwood
Creo que lo primero que he decir es que soy una absoluta admiradora de Clint Eastwood como director. Como actor ya es otra cosa, pienso que es bastante limitado y que es lo suficientemente inteligente como para aceptar, o darse, papeles para los que es consciente de que está preparado. Pero como director es un genio y lo ha demostrado desde hace años. Incluso, hace dos, ganó su segundo, y más merecido Oscar en esta categoría, con una película que considero es una de las más merecedoras de la estatuilla a la mejor película de los últimos años: “Million Dollar Baby”. Diría que es la más merecedora en sí, pero no hay que quitarle el mérito a “El retorno del Rey”, que cerraba la trilogía de “El Señor de los Anillos”.
Después de aquella maravilla ambientada en el mundo del boxeo, no sólo una obra maestra sino un punto que marca un antes y un después en su carrera detrás de las cámaras, Eastwood, con 76 años, alguno menos cuando empezó el proyecto, se embarcó en una hazaña para la que no todos los directores están preparados, y menos a esa edad, y es que el maestro puso en marcha dos cintas que cuentan la batalla de Iwo Jima, ocurrida en la Segunda Guerra Mundial, cada una de ellas situadas en el punto de vista de cada bando, una, “Banderas de nuestros padres”, en el americano y la segunda, “Letters from Iwo Jima”, en el japonés. La primera ya está terminada, estrenada en Estados Unidos y en espera de que se pueda ver aquí a partir del 5 de enero. La segunda también la concluyó recientemente, pero no la veremos hasta marzo del año próximo. Y la razón de que esto sea así es que Eastwood la ha rodado en japonés, y de esta forma se estrenará, con subtítulos, como si de uno de los últimos experimentos de Mel Gibson se tratara, aunque sin la maquinaria publicitaria que suele mover los títulos del australiano ni, por supuesto, la que está rodeando a la cinta de Eastwood rodada en inglés. Por eso no se estrena en período de premios. Por eso está siendo marginada y es probable que sea ignorada aunque la supere, si lo hace, en calidad.
Pero volvamos a las banderas. Quien esto firma ya ha podido verla y pasa a continuación a daros su impresión, que no es precisamente buena. He comenzado diciendo que Clint me gusta, porque esperaba una gran película, pero me he encontrado con una cinta larga, fría y algo confusa, que me ha hecho incluso preguntarme que dónde estaba escondido el maestro durante el rodaje, porque no lo veo en la mayoría del metraje proyectado. Encuentro, sí, momentos de gran cine, destellos que podrían haber sido obra de Eastwood, como ese búnker iluminado por un mechero en el que el horror de lo que allí hay se transmite únicamente a través del rostro de un desencajado Ryan Phillippe. Sin embargo poco me interesa la película como cine, muy poco, porque ya la hemos visto. Unas cuantas veces y otra más en la estética y planificación que Steven Spielberg le imprimió a su “Salvar al soldado Ryan”. Me interesa en cambio como Historia, como historia de la Historia, ya que yo nada sabía de lo que había ocurrido con esas banderas que se pusieron en lo alto de la isla japonesa y con esa foto que tan famosa se hizo pero que tantos disgustos les dio a quienes en ella aparecían.
Espero que la visión de Eastwood sí quede plasmada en las cartas que escribe el general Kuribayashi, interpretado por Ken Watanabe, en la que será el otro lado de la contienda, y que sea una cinta merecedora de los aplausos dados a otros títulos de Clint, porque esta cara de la batalla parece más un proyecto no sólo apadrinado por Steven Spielberg para ganar un tercer Oscar como productor, sino plenamente orquestado por el responsable de “La lista de Schindler” porque sus imágenes contienen toda la frialdad que ya le hemos visto a Steven en películas como “Munich”, por poner un ejemplo reciente. La secuencia en la que los soldados homenajeados se encuentran con las madres de aquellos otros desaparecidos en la isla debería provocar lágrimas y corazones encogidos y lejos de eso asistimos al encuentro con la serenidad e interés de quien observa un hecho histórico poco conocido. No en vano Steven Spielberg quiso durante años dirigir esta historia, pero la dejó aparcada ante la complejidad de la adaptación, y cuando Eastwood se interesó por ella Spielberg le pasó el testigo, quedándose él en labores de producción. Pero vuelvo a preguntarme: ¿sólo en esa labor? Recordemos que “Poltergeist” la dirigió él sin poderse acreditar debido al funcionamiento de los sindicatos entonces, que no permitían que un director hiciera dos largometrajes al año y Steven en 1982 estaba inmerso en uno de sus más célebres trabajos, “E. T., el extraterrestre”. Pero a Spielberg no le detiene nada, ni siquiera hoy en día y ni con la presencia de Clint Eastwood al supuesto frente de la película.
Sólo un nombre se salva de la quema: el del indio canadiense Adam Beach, que interpreta al soldado Ira Hayes y que nos pone los pelos de punta con su negativa a formar parte de un grupo de héroes al que sabe que no pertenece. Si no fuera por él la cinta suspendería con peor nota. Sí, lo que leéis, no me parece que deba merecer ni siquiera un aprobado. No recuerdo ningún título de Clint Eastwood en que se tarde media película o más en entrar en la historia y sentirse cómodo como espectador con lo que se está viendo en la pantalla, ninguna en la que los flash-backs nos descoloquen y nos hagan preguntarnos que dónde estamos, ni ninguna en la que en general los actores encajen en sus papeles por el simple hecho del parecido físico con los auténticos soldados a los que interpretan. No, este no es el Clint Eastwood que nos gusta, el Clint que conocemos, a ver si en su próximo trabajo le encontramos.
Silvia García Jerez
Después de aquella maravilla ambientada en el mundo del boxeo, no sólo una obra maestra sino un punto que marca un antes y un después en su carrera detrás de las cámaras, Eastwood, con 76 años, alguno menos cuando empezó el proyecto, se embarcó en una hazaña para la que no todos los directores están preparados, y menos a esa edad, y es que el maestro puso en marcha dos cintas que cuentan la batalla de Iwo Jima, ocurrida en la Segunda Guerra Mundial, cada una de ellas situadas en el punto de vista de cada bando, una, “Banderas de nuestros padres”, en el americano y la segunda, “Letters from Iwo Jima”, en el japonés. La primera ya está terminada, estrenada en Estados Unidos y en espera de que se pueda ver aquí a partir del 5 de enero. La segunda también la concluyó recientemente, pero no la veremos hasta marzo del año próximo. Y la razón de que esto sea así es que Eastwood la ha rodado en japonés, y de esta forma se estrenará, con subtítulos, como si de uno de los últimos experimentos de Mel Gibson se tratara, aunque sin la maquinaria publicitaria que suele mover los títulos del australiano ni, por supuesto, la que está rodeando a la cinta de Eastwood rodada en inglés. Por eso no se estrena en período de premios. Por eso está siendo marginada y es probable que sea ignorada aunque la supere, si lo hace, en calidad.
Pero volvamos a las banderas. Quien esto firma ya ha podido verla y pasa a continuación a daros su impresión, que no es precisamente buena. He comenzado diciendo que Clint me gusta, porque esperaba una gran película, pero me he encontrado con una cinta larga, fría y algo confusa, que me ha hecho incluso preguntarme que dónde estaba escondido el maestro durante el rodaje, porque no lo veo en la mayoría del metraje proyectado. Encuentro, sí, momentos de gran cine, destellos que podrían haber sido obra de Eastwood, como ese búnker iluminado por un mechero en el que el horror de lo que allí hay se transmite únicamente a través del rostro de un desencajado Ryan Phillippe. Sin embargo poco me interesa la película como cine, muy poco, porque ya la hemos visto. Unas cuantas veces y otra más en la estética y planificación que Steven Spielberg le imprimió a su “Salvar al soldado Ryan”. Me interesa en cambio como Historia, como historia de la Historia, ya que yo nada sabía de lo que había ocurrido con esas banderas que se pusieron en lo alto de la isla japonesa y con esa foto que tan famosa se hizo pero que tantos disgustos les dio a quienes en ella aparecían.
Espero que la visión de Eastwood sí quede plasmada en las cartas que escribe el general Kuribayashi, interpretado por Ken Watanabe, en la que será el otro lado de la contienda, y que sea una cinta merecedora de los aplausos dados a otros títulos de Clint, porque esta cara de la batalla parece más un proyecto no sólo apadrinado por Steven Spielberg para ganar un tercer Oscar como productor, sino plenamente orquestado por el responsable de “La lista de Schindler” porque sus imágenes contienen toda la frialdad que ya le hemos visto a Steven en películas como “Munich”, por poner un ejemplo reciente. La secuencia en la que los soldados homenajeados se encuentran con las madres de aquellos otros desaparecidos en la isla debería provocar lágrimas y corazones encogidos y lejos de eso asistimos al encuentro con la serenidad e interés de quien observa un hecho histórico poco conocido. No en vano Steven Spielberg quiso durante años dirigir esta historia, pero la dejó aparcada ante la complejidad de la adaptación, y cuando Eastwood se interesó por ella Spielberg le pasó el testigo, quedándose él en labores de producción. Pero vuelvo a preguntarme: ¿sólo en esa labor? Recordemos que “Poltergeist” la dirigió él sin poderse acreditar debido al funcionamiento de los sindicatos entonces, que no permitían que un director hiciera dos largometrajes al año y Steven en 1982 estaba inmerso en uno de sus más célebres trabajos, “E. T., el extraterrestre”. Pero a Spielberg no le detiene nada, ni siquiera hoy en día y ni con la presencia de Clint Eastwood al supuesto frente de la película.
Sólo un nombre se salva de la quema: el del indio canadiense Adam Beach, que interpreta al soldado Ira Hayes y que nos pone los pelos de punta con su negativa a formar parte de un grupo de héroes al que sabe que no pertenece. Si no fuera por él la cinta suspendería con peor nota. Sí, lo que leéis, no me parece que deba merecer ni siquiera un aprobado. No recuerdo ningún título de Clint Eastwood en que se tarde media película o más en entrar en la historia y sentirse cómodo como espectador con lo que se está viendo en la pantalla, ninguna en la que los flash-backs nos descoloquen y nos hagan preguntarnos que dónde estamos, ni ninguna en la que en general los actores encajen en sus papeles por el simple hecho del parecido físico con los auténticos soldados a los que interpretan. No, este no es el Clint Eastwood que nos gusta, el Clint que conocemos, a ver si en su próximo trabajo le encontramos.
Silvia García Jerez
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